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martes, 1 de mayo de 2012

Parte 2

Siempre prometió no enamorarse de ningún hombre, ni cometer el error de casarse e ir a vivir con él.
Aunque aún así sus propios planes no la convencían mucho. ¿De verdad quería estar sola? Con lo cariñosa y sensible que era necesitaba a alguien en dónde apoyarse. Necesitaba que le transmitieran la seguridad de que no fallarían bajo ninguna circunstancia y en definitiva, necesitaba sentirse querida.
Entonces pensó mejor que viviría con alguno de sus amigos en vez de sola. Pero a partir de la edad dorada de los veintitantos todos estaban comprometidos con sus respectivas parejas incluyendo la convivencia con ellas.
Nunca le había sentado mal ser la soltera del grupo, había sido testigo como cada uno de sus amigos se echaban novio y de como cada vez la cosa se ponía más seria.
No os preguntéis por qué, ella no deseó nunca esa vida. Todos los intentos de emparejarla con alguien habían fracasado, ya sea porque ella no ponía ganas o porque no existía ningún hombre que consiguiera acoplarse a ella. Quizás fueron las dos cosas, pero todos los intentos fracasaron, y el fracaso dio paso a la frustración. Frustración porque no tenía capacidad de aceptación de los fracasos, ya fueran sentimentales o de otro ámbito. Eso le llevaba a preguntarse a veces por qué no podía tener a una persona mínimamente especial que le llenara la vida y le hiciera olvidar esa soledad tan puta que cada vez sentía más cercana. No pedía una pareja formal, principalmente porque no la quería, pero sentía la necesidad de saber que existía alguien capaz de entenderla, de sacarla de quicio con las chorradas más absurdas, de conquistarla cada día con los detalles mas pequeñitos y de echarle el polvo más salvaje y placentero de su vida cuando los problemas le abrumaran.


A lo largo de su adolescencia fueron pasando hombres, y digo pasar porque ninguno se quedó. Pasaron como estrellas fugaces pero ninguno consiguió dejar su estela. Sólo uno.. aquella excepción que confirma la regla, pero desde luego que, ese uno, jamás lo contará. Digo hombres porque ella siempre se fijó en los mayores. 
Tal vez ese fue su error, su mal ojo para escoger, su instinto innato de masoquista que le hacía toparse con los más desagradables hijosdeputas que os podáis imaginar. Eso pensaba ella, exactamente igual que todas las chicas a las que alguno les había salido rana.
Vivió demasiado cerca el desamor de su familia, fue testigo de como el amor se volvió en el odio más incomprensible y destructivo. Eso le hizo ver que no quería esa vida, no quería una vida como la que habían tenido sus padres, llena de amargura, de resentimiento y de reproches sin sentido.
Esas vivencias le hicieron perder la ilusión por las relaciones de pareja, le hicieron asumir que en su vida sólo entrarían hombres de una noche. Lo tuvo tan claro desde el principio... que es triste.
No tardó en darse cuenta de que el sexo vacío se apoderó de su vida. Todo era tan monótono, frío y superficial que llegó a un punto que le aportaba lo mismo tener sexo que ir a la carnicería a comprar unos filetes; Ambos eran trozos de carne que estaban destinados a caer en las garras de cualquiera.
Poco a poco perdió el interés por el sexo, es más, lo aborreció con todas sus fuerzas. Sentía que todos los hombres se le acercaban por lo que su cuerpo podía ofrecerles y pensar lo que esperaban de ella le hacía sentir repulsión sobre sí misma.
No disfrutaba, lo hacía más por protocolo, por sentirse deseada y admirada, y aunque los hombres perdían los pantalones por ella se aburrió pronto. No podía esperar otra cosa, ella nunca se impuso como nada más, les dejó claro sus objetivos y los cumplía mientras los otros se relamían por la falta de compromiso.
Jamás esperó sentirse valorada por ellos, sabía que no les importaba nada de piel para dentro, y aunque triste pero cierto, lo asumió sin más.
Cada hombre con el que se acostaba era más patético que el anterior, todos tenían ese aire característico de machito ibérico de... te voy a dar lo tuyo y lo de tu prima! Y al final terminaba como siempre, siendo un polvo insufrible.
Se desmoralizaba porque no comprendía por qué no se sentía realizada, feliz ni satisfecha.
Dejó de fingir y en los que echaba una vez a las mil se mostraba tal y como le hacían sentir, totalmente inexpresiva. Ellos la agobiaban, no entendían su actitud y le atribuían algún tipo de frigidez sin cuestionarse en ningún momento que tal vez ellos tenían la culpa. Puto orgullo de macho cabrío
Ella, sin inmutarse, tan rotunda como siempre, les sentenciaba al cajón de números olvidados a los que no volvería a llamar.
Llegados a ese punto descubrió que le satisfacía más el autoplacer, es decir, la masturbación. Nadie mejor que ella conocía sus puntos débiles, donde había que tocar y donde no, el ritmo y el movimiento que su cuerpo deseaba.
Eliminó a todos los pelmazos que no le aportaban nada más que sexo vacío y desmotivante... y sintió una liberación TAAAAN GRANDE que se juró que nunca más se acostaría con alguien por compromiso, solo porque le gustara de verdad y deseara al 100% fundirse con su cuerpo y estremecerse con cada caricia.